Por qué apoyo la candidatura de Errejón

            Tengo que reconocer que cuando me hablaron por primera vez del proyecto de Más Asturies traté de disuadirles, considerando que en una circunscripción electoral de tan sólo siete diputados suponía una iniciativa demasiado arriesgada; y el riesgo no iba a compensar la previsible bronca que se iba a montar en los ambientes de izquierdas.

            Sin embargo, una vez que mis objeciones fueron desestimadas (lo cual, por otra parte, no deja de ser lógico, porque no suelo acertar en mis predicciones electorales), no dudé en dar todo mi apoyo: consideré que lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias era contribuir, en la medida de mis escasas posibilidades, a que gente como Errejón, Carolina Bescansa y Joan Baldoví, tuvieran grupo parlamentario propio en el próximo Congreso de Diputados.

Hay dos razones principales que motivan ese apoyo. La primera responde a consideraciones a corto plazo. La entrada en el escenario parlamentario de un nuevo factor constituido por gente progresista inteligente, flexible, con capacidad intelectual y libre de ataduras previas facilitaría, sin duda, la superación del bloqueo político que tanto daño viene causando y tanto está contribuyendo a la extensión de un pensamiento populista reaccionario en la sociedad española.

La segunda es de más largo alcance y tiene que ver con mi percepción de la evolución de Podemos.

Podemos, conectado directamente con la explosión social del 15 M, significó un revulsivo extraordinario en la política española y una auténtica promesa de transformación. Pero, a la vez, experimentó un proceso muy rápido de anquilosamiento que le llevó a convertirse muy pronto en una reedición de las organizaciones tradicionales de izquierdas, con sus cualidades, pero también con todos sus defectos. Como ya señalé en algún otro escrito, a ello contribuyó muy probablemente el pronto desembarco en sus filas de cuadros y militantes procedentes de organizaciones políticas y sindicales anteriores, así como el hiperliderazgo de Pablo Iglesias y de Irene Montero y la consiguiente depuración de la mayor parte de los cuadros fundadores.

En esta situación, la formación de una referencia electoral nueva, aunque de momento sea todavía pequeña, pero que represente con más fidelidad el espíritu inicial de Podemos, puede suponer un revulsivo que abra nuevas expectativas. Expectativas de debate, de recomposición, de nuevos reagrupamientos…

Romper el bloqueo político, abrir nuevas expectativas en las fuerzas de cambio y de progreso… ¿Y los riesgos? ¿Y la división de la izquierda? ¿Y el peligro de que gane la derecha?

El peligro de que gane la derecha no viene dado porque se presente Errejón. Viene dado por la repetición de elecciones. Y de ello Errejón no tiene ninguna responsabilidad. La tienen otros. Y es fácil arrojar el estigma de división sobre las iniciativas nuevas: así, las entidades establecidas podrán permitirse el lujo de cometer todo tipo de errores, porque las novedades críticas siempre vendrán a dividir. Esa es la lógica del conservadurismo.

Las fuerzas establecidas tienden a sobreactuar. Un caso reciente es la airada reacción de los comunes en Barcelona. La circunscripción de Barcelona presenta muchos diputados, por lo que allí el voto es muy proporcional y la división no penaliza. A los comunes, lo más que les puede pasar por la presentación de Errejón es perder un diputado en favor de una candidatura afín, lo que no significa ninguna tragedia. Los comunes no se juegan casi nada en las elecciones generales; su verdadero terreno son las autonómicas y municipales. En el Congreso son un simple apéndice de Podemos.

En Asturies la cosa es, sin duda, más problemática porque hay menos para repartir. En todo caso, los votos cuentan para el porcentaje global que exige un grupo parlamentario. Asumo los riesgos de apostar por lo nuevo cuando lo viejo no funciona. No es la primera vez que lo hago. Nunca me gustó el viejo grito de «¡maminina! ¡qué me quede como estaba!.

Cheni Uría