Posverdades

La Academia de la Lengua acaba de incluir en su diccionario el vocablo posverdad con la siguiente acepción: Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

En las diferentes reacciones a las elecciones catalanas del pasado día 21, tanto de representantes políticos como de medios de comunicación, hemos visto un reiterado recurso al enunciado de posverdades. Comento alguna de ellas.

El resultado de las elecciones demuestra el fracaso del artículo 155. No es cierto. El recurso al 155 permitió desatascar una situación endiablada y convocar unas elecciones que, al margen de condenas retóricas, fueron aceptadas por todo el mundo, se desarrollaron con una normalidad ejemplar, tuvieron una participación inusitada y permitieron hacer una extraordinaria radiografía de la realidad política de Cataluña. Además sienta un precedente que introduce un elemento de normalización en el sistema constitucional español.

El resultado de las elecciones supone el triunfo de la república catalana. No es cierto. Si Convergencia tenía un problema, el 3%, la república catalana tiene otro problema, el 48%. Si para algo sirvieron estas elecciones, fue para revelar con precisión los sentimientos y las voluntades de la ciudadanía de Cataluña. Un 48% de firmes partidarios de la independencia es mucho, es algo a tener muy en cuenta. Pero no es suficiente, en modo alguno, para proclamar la independencia.

Ciudadanos ha obtenido una gran victoria, ha ganado las elecciones. No es cierto. Ciudadanos ha obtenido un importante éxito electoral y se ha reforzado como la principal fuerza de oposición en el Parlamento de Cataluña, pero no ha ganado ninguna victoria. Vencer significa alcanzar el poder y las posibilidades de Ciudadanos de gobernar en Cataluña, hoy por hoy, son mínimas.

¿Quién ganó las elecciones en Cataluña?

Difícil respuesta. Está mucho más claro saber quién las perdió.

Un primer gran perdedor es, sin duda, el PP, que queda barrido del mapa político catalán, probablemente de manera definitiva, y sufre un duro golpe en su imagen en el ámbito estatal. Rajoy arriesgó mucho: dando por perdida electoralmente Cataluña, apostó porque gestos de dureza contra el independentismo le proporcionaran rendimientos en el resto del país que compensaran el desgaste provocado por la corrupción. Pero lo que quizá no calculó es que un ridículo tan grande en Cataluña pudiera estropearle toda la operación. Y, encima, meter la competencia de Ciudadanos en casa. Al PP le esperan unos meses difíciles, con la cuestión catalana sin resolver y la marea de asuntos judiciales cayéndole encima. La perspectiva de una seria división electoral de la derecha parece bastante previsible, así como la de un futuro gobierno de coalición Ciudadanos-PP, sin Rajoy, para la próxima legislatura.

Un segundo gran perdedor es la izquierda, las fuerzas de izquierda en general. Ya desde un primer momento estaba claro que todo el proceso de Cataluña era un terrible factor de desgaste para la izquierda, tanto dentro como fuera de Cataluña. A ello se une, quizá, un ambiente general de retroceso de la izquierda que estamos viendo tanto en Europa como en América: de una izquierda que no acaba de ofrecer unos mensajes convincentes, ni por parte de sus sectores moderados, ni de los más jóvenes y radicales. En el caso de Cataluña, está claro que las elecciones conceden la iniciativa a los sectores más derechistas, tanto en el campo catalanista como en el españolista.

¿Quién gana, pues? No hay ningún claro vencedor. Desde luego, Ciudadanos obtienen un importante éxito que los catapulta como fuerza ascendente en el conjunto del Estado. Pero el triunfo político pertenece a las fuerzas independentistas, que alcanzan la mayoría parlamentaria y obtienen una victoria moral al haber resistido con éxito la ofensiva gubernamental. Pero es un triunfo que aparece limitado por dos factores de primera importancia: el primero es su división interna, que sin duda va a reducir su eficacia política; el segundo, y más importante, es su parcial representatividad social, que no consigue superar la mitad de la población catalana. Se podría decir que el independentismo catalán mantiene la hegemonía política e ideológica, pero no alcanza la mayoría social.

¿Y ahora qué?

            En realidad, estamos otra vez en el punto de partida, aunque con algo más de experiencia, que quizá las partes contendientes sepan aprovechar en beneficio de todos. De cara al futuro, existen dos posibles perspectivas, con una infinidad de versiones intermedias. Perspectiva A: el empantanamiento. Perspectiva B: la solución. La Perspectiva A puede tener muchas variantes, pero en esencia ya la conocemos, la estamos viviendo, la representan el tándem Rajoy- Puigdemont, y probablemente seguirá dando coletazos durante tiempo. A juzgar por el resultado de las elecciones, lo que la sociedad demanda es más empantanamiento; y creo que lo tendrá, aunque también tiendo a pensar que, poco a poco, la necesidad irá empujando hacia la perspectiva B. De ésta segunda ya hablamos en muchas ocasiones: pasa por el reconocimiento del conflicto, porque las partes se reconozcan y se respeten, por el cese de los insultos y las provocaciones mutuas, por un respeto de la legalidad por parte de las instituciones catalanas; y, a partir de ahí, un nuevo proceso constituyente, un federalismo asimétrico, un reconocimiento de la singularidad de Cataluña y Euskadi, una clarificación de las competencias del Estado, una solución equitativa a la cuestión de la financiación, una ley electoral justa, un referéndum en toda España para aprobar la Constitución y, después de todo ello, si las circunstancias todavía lo exigieran, un referéndum de autodeterminación en Cataluña con unas condiciones claras y previamente pactadas, inspiradas en el modelo Quebec.

Autor: Cheni Uría.

 

 

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